PRÓLOGO.
En los
tiempos anteriores a nuestra Universidad zaragozana, la ciencia que
en las márgenes del Ebro floreció anduvo suelta la laica, y la
sagrada, encerrada en los moldes eclesiásticos, era cultivada con
esmero por los capitulares de los dos cabildos catedrales y en los
conventos que se erigieron a poco de ser reconquistada la ciudad por
el primero de nuestros Alfonsos, y los que en
etapas sucesivas
fueron estableciéndose. Hablar de los elementos que integraron la
cultura aragonesa es hablar de toda la Historia de España desde los
primeros años de nuestra existencia. Todos los pueblos que pasaron
por este solar, en él depositaron no pocos sedimentos de su arte, de
su ciencia, de su filosofía, de todo lo que constituye, en fin, el
bagaje espiritual de las razas. Constantemente están brotando del
seno de nuestra tierra importantísimos vestigios de las primeras
civilizaciones de la edad de piedra, cuyos instrumentos líticos
sirvieron para trazar sobre las rocas todo un arte pictórico
netamente hispano, que mucho nos dice del pensamiento y de la
filosofía de sus contemporáneos, de abolengo oriental.
Los
griegos, con sus establecimientos en la costa levantina, introdujeron
algo de sus usos y costumbres, religión y arte, el cual podemos
admirar en las monedas antiguas de las regiones autónomas, todas
inspiradas en modelos del pueblo genial.
Los romanos, cuyo poder
imperial se dejó sentir con todo el peso de su inmensa mole,
ejercieron una influencia más intensa. Ellos abrieron, a través de
montañas y valles, las primeras vías de comunicación por donde
había de circular, hasta el corazón mismo de nuestra nacionalidad,
la savia vivificante de la cultura.
Sin llegar a la romanización
completa del país, algunos españoles esclarecidos, siempre con
espíritu ibero, lograron ser maestros en la literatura
clásica, y los Quintilianos y Marciales, los Sénecas y Columelas,
adornaron un tiempo las pompas cortesanas de la ciudad eterna.
Con
la predicación incierta de Santiago (1), y la de San Pablo, que
descansa sobre fundamentos más verídicos, penetró en España el
Cristianismo.
La Religión de Cristo es la que realmente modeló
el movimiento intelectual de nuestra Patria en todos los tiempos,
dando ocasión los martirios de que eran objeto los primeros
cristianos, a que Aurelio Prudencio Clemente (2)
produjera sus
composiciones líricas, cumbres de la literatura hispano - latina,
cantando en himnos inspiradísimos las excelsas virtudes de aquellos
aragoneses del siglo III y IV, que antes de renunciar a su fe se
ofrecían con valor estoico e impasible a ser víctimas
propiciatorias de los verdugos de
Daciano. Otros varios
zaragozanos y aragoneses brillaron por su sabiduría en aquellos
azarosos días de persecución (3).
(1) M. Menéndez y Pelayo:
Historia de los Heterodoxos españoles, 2.a ed. 1917, p. 13.
(2)
Rodríguez de Castro: Biblioteca Española, t. 2.°, p. 217. - P.
Risco: España Sagrada, t. 31 - Abate Joseph Taulio: Vida de Aurelio
Prudencio, 1788, t.1.°, p. 6. - Pérez Bayer: Nueva edición de la
Bib. de Nicolás Antonio, t. 1.°, p. 219 - Pedro Juan Ludewig:
Disertación de la vida de Aurelio Prudencio, 1720, t. 2.°, p. 494.
- Vozio: Historia latina, lib. 2.°, cap. 10. - Andrés de Uztarroz:
Aganipe
de los Cisnes aragoneses, págs. 8 y 9. - Latassa: Bib.
Escritores Aragoneses,
1796, t. 1.°, págs. 36 - 61. - La Fuente
(D. Vicente de): Historia Eclesiástica
de España – Menéndez y
Pelayo: Heterodoxos, 2.a ed, 1917, 2.° t., pgs. 16 - 29.
(3)
Carrillo: Hist. de San Valero, pgs. 224 - 285 - Blancas: Comentarios,
fols. 3 y 11. - Risco: España Sagrada, t. 31, p. 12, n.° 19. - D.
Fernando de Aragón: Catálogo Ms. de los Prelados cesaraugustanos. -
Murillo: Excelencias de Zaragoza, t.1.°, pgs. 193 - 194.
A
Félix de Zaragoza le llama orador San Cipriano, y de la corona de
Aragón podemos aun nombrar a San Paciano de Barcelona, escritor
correcto y castizo, y su hijo Flavio Dextro (1), que escribió
historia muy correcto, algo ciceroniano (2).
Un nuevo elemento
hace su aparición en el retablo de nuestra historia. Son las razas
septentrionales de Europa, con su virgen espíritu formado en las
márgenes del Volga y del Tañáis, que traspasaron las riberas del
Danubio y penetraron en los dominios del Imperio en el año 402,
llevando al frente a su rey Alarico, del linaje de los Balthos. En el
412 llegan al sur de Francia los godos, fundando en 418 el reino de
Tolosa. Ataúlfo, (Adolf, Adolfo) monarca del nuevo Estado,
logró romper la barrera pirenaica e invadir las tierras hispanas, y
desde entonces comienza una nueva era para la cultura ibérica
(3).
Por esta época florecen en nuestra ciudad y en todo el
territorio de la Península varios Padres de la Iglesia
Visigoda.
Arrancada hasta sus raíces (dice un moderno
historiador) por los desbocados caballos de los bárbaros invasores,
la cultura que en todo el Imperio romano había brillado, no parece
sino que a España cupo la suerte de salvar los últimos restos
durante los siglos VI y VII. San Isidoro y toda una pléyade de
talentos enormes y los Concilios Toledanos dieron los últimos
destellos entre las espesas sombras que habían ya caído sobre la
Europa occidental y central, y el Fuero Juzgo fue
monumento imperecedero de aquellos dos gloriosos siglos de la
Historia de España (4).
(1) Risco: España Sagrada, t. 19,
trat. 65, cap. 4.° - Masden (Masdeu), t. 8. - La
Fuente (V. de): Historia Eclesiástica de España, t.1.°, p.
219.
(2) Habiéndose perdido su H.a General, los
falsarios publicaron cronicones con su nombre.
(3) Desdevirre de
Dezert, Les Wisigoths, Caen, 1891. - Francisco Romani y Puigdengolas,
Dominación goda en la Península Ibérica, Barcelona, 1896. -
Aureliano Fernández Guerra, E. Hinojosa y J. de Dios de la Rada y
Delgado, Historia de España desde la invasión de los pueblos
germánicos hasta la ruina de la monarquía visigoda, Madrid,
1897.
(4) Cejador y Francos, Historia de la Literatura Española,
Madrid, 1915. t. I, p. 100.
La obra del gran obispo hispalense
San Isidoro, De viris illustribus, es la que nos da cuenta del músico
Juan cesaraugustano, de los obispos Máximo y Braulio, célebres
historiadores, y del gran Tejón, filósofo eminente y primero que en
su libro Sententiarum redujo a sistema la Teología (1).
Durante
los siglos VIII y IX la cultura latina vive ya en sus postrimerías,
lánguidamente extinguiéndose y comenzando a fulgurar la del pueblo
musulmán, que llega a adquirir toda su pujanza durante los siglos X
y XI, cuando todos los países del continente europeo yacían en la
ignorancia. Mahoma había logrado en Oriente dar impulso e infiltrar
a su pueblo un vigor ardoroso, precisamente cuando la civilización
cristiana, a pesar del momentáneo centelleo de Bizancio, se hallaba
en ruinas, y el estandarte de la media luna se paseó triunfante por
las costas mediterráneas de África, y coronó, por último, las
crestas más eminentes de las montañas españolas.
Las obras de
D. Ignacio de Asso: "Biblioteca Arabico - Aragonense",
publicada en Amsterdan, 1782; D. Miguel Casiri: "Biblioteca
Arabigo - hispana escurialense"; D. Francisco Pons Boygues:
"Ensayo biobibliográfico sobre los historiadores y geógrafos
arábigo - españoles, 1898"; F. Wüstenfeld: "Historia de
los médicos y naturalistas árabes (Goettinogen (Göttingen)
1840)"; D. Luciano Leclerc: "Histoire de la Medicine arabe"
(París, 1877 - 2.a ed.); y los copiosos estudios biobibliográficos
de D. Francisco Codera en el Boletín de la Historia y en su
Biblioteca Arabico - hispana. Así como la de sus discípulos
insignes D. Julián Ribera, D. Miguel Asín, Gaspar Remiro y otros
muchos, que prolijo sería enumerar, muestran numerosísimos nombres
de musulmanes españoles cuyas inteligencias privilegiadas
constantemente descubrían horizontes nuevos en las Ciencias y en las
Artes.
(1) Después fue continuada por San Ildefonso.
(2)
De este autor ya damos cuenta extensa en el capítulo "Las
Escuelas Teológicas". - Vida y obras de Tejón, "España
Sagrada", tomo XXXI; Bonilla, Hist. Filos, esp., t. 1., página
257; T. García Villada, Fragmentos inéditos de Tejón, "Rev.
Arch., Bibl. y Museos", enero - febrero 1914; P. Tailhan, Les
biblioteques espagnoles du Aut Moyen Age, París, 1877.
Entre
los musulmanes aragoneses ilustres podemos enumerar a Mohammad ben
Moharec, maula o cliente de Almanzor, conociéndosele también por el
nombre de Aben Aljabbar (el hijo del historiador o noticiero) y fue
también cronista; murió en 483 (1090) (1). Abú Alí el Çadafí,
que, igual que el
anterior, nació en Zaragoza en el año 444
(1052), visitando las escuelas de Valencia y Almería, e hizo su
peregrinación a la Meca, bebiendo en las más puras fuentes el saber
oriental, residiendo después de su vuelta siempre fuera de su ciudad
natal; en Játiva dedicóse a la enseñanza, brillando mucho por su
elocuencia y sabiduría (1).
El piadoso musulmán zaragozano
Razín ben Moawia, que permanece algunos años en la Meca y escribió
la Historia de esta población y un tratado sobre tradiciones (3).
Abderrahaman ben Abdelmelic ben Gaxalian, erudito musulmán que
residió algún tiempo en Córdoba dedicado a la enseñanza (3).
D.
Julián Ribera, en su discurso "Enseñanza entre los musulmanes
españoles", leído en la solemne apertura de curso de los
estudios zaragozanos en 1893, nos habla de una Universidad musulmana
en nuestra ciudad que se halla
mencionada en una inscripción del
final de unos cuadernos copiados por el alumno Xabatón, el de
Teruel, fechada en la Universidad mudéjar (en la morería) de
Zaragoza, a 19 de Junio del año 851 de la Hegira, y que
guardaba en su colección de Ms. don Pablo Gil, ilustre catedrático
que fue de esta Facultad de Filosofía y Letras.
Y esto fue, al
decir del Sr. Ribera, cuando la decadencia de la civilización
musulmana en España principiaba más a acentuarse, sobre todo, en
las regiones apartadas del foco principal (Córdoba), como sucedía
en Aragón, donde tal vez por la mayor libertad de que gozaban o por
la circunstancia
(1) Pons Boigues (Francisco): "Ensayo
bio-bibliográfico sobre los historiadores y geógrafos arábigo -
españoles"; 1898, pág. 159.
(2) Pons Boigues, op. cit.,
págs. 177 y 178. - Codera, pról. al Mocham de ben Alabbar. - Pons
Boigues, op. cit., pág. 158. - Ibd, op. cit., pág. 206.
de
formar núcleo más compacto y unido, continuaron estudiando ciencias
árabes, medicina y filosofía, sobre todo, los mudéjares, que
produjeron la literatura aljamiada, curiosa, aunque de poco valor,
fundando la Universidad a que hacemos referencia.
De la misma
manera los judíos (1) elevaron sus escuelas.
El nombre de una
sinagoga (midras) indica que allí había una donde no sólo se
enseñaban las primeras letras, más también los principios
religiosos y el cúmulo de preceptos que hay en el Pentateuco y en el
Talmud. La escritura que
allí se enseñaba era la rabínica, pues
cuando firman documentos públicos o privados lo hacen con caracteres
hebreos.
La cultura, pues, que poseían, no era inferior a la de
los cristianos, a veces, superior, como en la Medicina, muy cultivada
por los hebreos, como en otras regiones de la Península: el leer y
escribir era común entre ellos.
En la sinagoga Becorolim existía
un archivo bien cuidado y de alguna importancia. También en las
Bellas Artes trabajaron con provecho los judíos: del converso Juan
de Leví (año 1403) es el retablo de la capilla de los Calvillos en
La Seo de Tarazona. Y judíos zaragozanos ilustres brillaron por su
sabiduría en diversas ocasiones históricas importantes.
R.
Bechaii bar Moseh, judío de Zaragoza y Prefecto de la Sinagoga de
los judíos, fue contemporáneo de Judah Mosca y acreditó su
literatura en una Apología que hizo por el Moseh Nebocun, Director
de los que dudan, y Tod Chazcan Mano fuerte de Maimónides, que fue
impreso en Venecia en la Colección de las Epístolas de Maimónides
(2).
Chasdai Qresqas, también nacido en Zaragoza, se distinguió
en Filosofía moral e hizo varias traducciones del árabe al
(1)
M. Serrano y Sanz: "Los Amigos y Protectores de Cristóbal
Colón". Bib. de Aut. Esp.
(2) Rodríguez de Castro:
Biblioteca Española que contiene la noticia de los escritores
rabinos españoles, t.° I, 160; Madrid, 1781.
hebreo (1) e
igualmente Leví ben Elthaban, que escribió una gramática hebrea
intitulada Sepher Hamephthahc (2), Libro de la llave. Mathathiah
Hahetzahri (3), contemporáneo de R. Chasdai y nació en el año del
mundo 5230, de Cristo 1370, comentó los salmos y su obra "Midras
Thehillin " publicóse en Venecia con caracteres cuadrados por
Cornelio Adel-Kind (en dos líneas, Adelkind), bajo la
dirección de Daniel Bomberg en 1547 y fue uno de los principales
rabinos que contendieron y arguyeron a Gerónimo de Santa Fe en 1413
(4). Seguramente fue uno de los grandes rabinos de la aljama
zaragozana. Vidael Benbeniste, contemporáneo del anterior, célebre
orador y talmudista, fue el que dijo la oración primera latina
(inaugural) en el Congreso celebrado en Tortosa; compuso una obra
mitológica intitulada "Melizah" (5).
Sobre la
influencia que ambas civilizaciones semíticas ejercieron sobre la
nuestra, andan los escritores modernos con muy diversas
opiniones.
Mientras los arabistas ven elementos muslímicos en la
filosofía, lingüística, literatura y arte, muy pronunciados, los
demás afirman que un pueblo sin patria de origen y por lo tanto sin
civilización de abolengo, no hizo más que apropiarse, a través de
sus conquistas, la cultura de los pueblos sometidos.
Pero un hecho
singular dejaremos aquí tan sólo consignado. Pedro I de Aragón, el
único monarca de los tiempos primeros de la reconquista aragonesa,
que sabe escribir, lo hace siempre en árabe. Y es que en Aragón la
tradición ibérica habíase cortado con la invasión musulmana. Los
centros de resistencia contra los árabes, situados en las
escabrosidades del Pirineo, habían sido absorbidos por la potestad
real francesa, como el más poderoso Estado cristiano limítrofe.
(1)
Rodríguez de Castro, op. cit., pág. 367, col. 1 y 2.
(2) R. de
C. , op. cit., pág. 73, col. 2.
(3) Ibs, pág. 231, col. 2.
(4)
Zurita: "Anales de Aragón", Zaragoza, 1610; lib. 12, cap.
45.
(5) R. de C., op. cit., pág. 229, col. 2, y 240, col.
1.
Además, el pueblo árabe, aunque nómada en un principio,
cuando llega a nuestra Región no en vano habían pasado muchos años,
y a través del tamiz de su espíritu, las culturas distintas de los
pueblos subyugados se transformaron en virtud de su temperamento
oriental.
No fueron estos tiempos de luchas constantes de
reconquista propicios para que el jardín de las ciencias y las
letras fuera cultivado con esmero por los cristianos. Como dice un
historiador (1), estas centurias XI y XII fueron de muchos santos y
de pocos sabios. Pero, sin embargo, diríase que el siglo XII es la
época de hierro sobre cuya sólida base había de elevarse el magno
edificio de nuestro engrandecimiento nacional. Alfonso el Batallador,
don Alfonso VII el
Emperador, don Ramón Berenguer, el Arzobispo
don Bernardo y su émulo Gelmírez, son figuras de primera magnitud,
hercúleos cinceladores de Aragón y de Castilla, en la roca viva y
eterna del suelo español. Completan el cuadro los santos obispos que
restauran las iglesias medio derruidas y las órdenes religiosas que
con fervor ascético van poblando los claustros monacales, erigiendo
a su vez esos cenobios cistercienses y las grandiosas catedrales, que
van, poco a poco, elevando sus torres en ascensión continua,
pugnando por escalar las alturas más atrevidas, como indicando al
hombre, redimido de la morisma, que se eleve en espiral inmensa y
etérea hasta contemplar el Conjunto de todas las bellezas y el
Emporio de todas las perfecciones.
Ya en la centuria duodécima
principian a alborear las primeras Universidades castellanas y la
dignidad de maestrescuela en los cabildos nos indica la organización
eclesiástica de las mismas (2). En Aragón, estas organizaciones
docentes van a tener otro carácter: el municipal; pero sin perder de
vista su primitivo origen eclesiástico en los atrios de las iglesias
y en los recintos de los monasterios.
(1) Fuente (D. Vicente
de la): Historia Ecc.a de E., t. IV, pág. 201.
(2) Fuente (D.
Vicente de la): Historia Ecc.a de E., t. IV, pág. 229.
***
Con
la unión de Aragón y Cataluña empieza realmente a surgir la
verdadera cultura aragonesa. No por el hecho en sí, sino porque ya
libre de luchas el pueblo aragonés, puede manifestar su ingenio: no
hay que dudar que la paz es la gran generadora de la civilización.
Castilla sigue luchando contra los musulmanes, constituyendo
su ideal la total expulsión del pueblo invasor de sus dominios.
La
situación geográfica de Aragón hizo que el ideal político de
nuestros mayores fuera muy otro. Extendiéndose los dominios
aragoneses en la parte más oriental de la península, pusieron los
monarcas y gobernantes de aquel entonces sus ojos en las tierras
italianas. Todo su afán, era que el pendón real de su corona
ondeara majestuoso sobre las aguas del Mare Nostrum, llevando sus
triunfos hasta la misma Atenas, la flor marchita ya de la
civilización clásica,
pero entre cuyas ruinas todavía debieron
percibir aquellos guerreros catalanes y aragoneses las delicadas
fragancias de la filosofía y el arte helénicos. Por otra parte, los
Pirineos nunca fueron barrera infranqueable en el mundo de las ideas.
Los reyes de Aragón conservaron territorios en el Mediodía de
Francia que fueron los receptores de las primeras frondas humanistas
de la Europa central. Durante estos tiempos medios, el corso
dificultaba los viajes marítimos, siendo esta otra de las causas de
la mayor relación de francos y aragoneses.
De una y otra parte,
pues, las brisas renacentistas acariciaban constantemente el ambiente
de la corona aragonesa.
Hasta los oídos reales debían llegar
con frecuencia las nuevas orientaciones de la cultura y los generosos
mecenazgos de los Papas y nobles italianos que otorgaban a los
artistas, literatos y hombres de ciencia. No podían permanecer
inactivas las augustas personas que ocuparon el trono aragonés. Poco
después de la creación en Castilla de las Universidades de Palencia
y Salamanca, en 1.° de Septiembre de 1300, Jaime II otorga con su
firma la fundación de la de Lérida con los mismos privilegios que
la de Tolosa. Y la otorga en Zaragoza, firmando como suscribientes
todos los altos funcionarios peculiarmente aragoneses.
Fechada en
Valencia, a 3 de Junio de 1346, Pedro III escribió una carta (1) a
los Jurados de Zaragoza en contestación a la petición que éstos le
hicieron (pues los de Lérida renunciaban a los privilegios del
Estudio general) de trasladar la Universidad ilerdense a la ciudad
del Ebro, diciendo que resolvería tan interesante asunto cuando
estuviera en Poblet (2).
Los monasterios, tras cuyos muros se
encerró la sabiduría medioeval, se habían erigido en sitios
apartados y amenos; por eso perduraba la idea de llevar los centros
culturales a los escondidos lugares poco populosos y en donde la
Naturaleza fuera propicia para prestar sana amenidad en su
campiña.
El monarca fundador de la mencionada Escuela Jaime II,
escribe al obispo y capítulo de Zaragoza para que los clérigos de
aquella diócesis que cursaren en Lérida se les considere como
presentes en la percepción de los frutos de sus
beneficios (3).
De esa manera protegían los monarcas a los estudiosos.
Otras
órdenes reales insertamos aquí para probar nuestros asertos de la
preocupación de nuestros reyes por la cultura.
(1) Arch. de
la C. de A., reg. 1060, fol. 178.
(2) El documento irá en el tomo
II.
(3) Bofarull: Colección de Documentos inéditos para la
Historia de Aragón, t. VI, página 218. (Monasterio de Poblet,
Poblete, Populeti)
Jaime II, en 20 de Septiembre de 1301,
manda a su tesorero Pedro Rotyl que pague a Fr. Pedro Alegre y Fr.
Bernat las cantidades que se les deben por la copia y la iluminación
de un salterio, antifonario y otros libros de su
capilla
(1).
Alfonso III ordena (2) a súplica del guardián y convento de
los frailes menores de Zaragoza que les sean devueltos por los
marmesores de Gil Pérez de Tahurt las concordancias de la Biblia y
los escritos sobre la suma de Juan Scoto, (Escoto) que
había donado Fr. Miguel de Almenara (lector de Zaragoza).
Pedro
IV, en Barcelona a 24 de Mayo de 1339, manda a su tesorero que pague
al pintor Ferrer Basa la cantidad de 1.000 sueldos, precio de dos
retablos destinados al altar de la capilla de la Aljafería. Este
gran monumento artístico,
erigido entre la amenísima vega de
Almozara, extramuros de la ciudad, por la pompa de la dinastía de
los Ben-Hud en el período de los taifas por el Alfajar de Argensola
o Aben Alfaje de Blancas como riquísima casa de campo, fue
constantemente residencia real de Aragón y, por tanto, objeto de
multitud de reformas por parte de nuestros reyes. Así el mismo Pedro
IV manda "enrajolar y trespolar (embaldosar y arreglar el techo)
la cambra morera de l'aljaferia de Saragoça
en las parets de la qual es pintada l'historia de San
Jaufre".
El mismo fundó él Estudio General de Perpiñán,
concediéndole los mismos privilegios que al de Lérida, en 20 de
marzo de 1350, y en 30 de octubre de 1354 recomienda al arzobispo de
Zaragoza al capellán Sancho Martín, que había escrito unas gestas
en verso sobre los hechos del Rey.
En Cariñena, a 1 de diciembre
de 1350, pide las "Crónicas de los reis d'Espanya
que eren a l'Alfajeria de Saragoça",
y por una orden de 14 de marzo de 1369 ordena que los abogados y
médicos no puedan ejercer su oficio sin sufrir un examen y haber
estudiado los años prescritos en las Cortes de Monzón y Cervera.
(1) Rubio y Lluch: Documents
per la cultura catalana mig-eval, (migeval) t. II, p. 27.
(2)
Zaragoza, 23 Agosto 1330.
(Nota: Los textos antiguos casi nunca
llevan apóstrofes o tildes. En todos los tomos de Bofarull, hasta el
16, en el que estoy, no encuentro.)
Manda también en
1372, al castellán de Amposta, que lo era el ilustre don Joan
Fernández de Heredia, "que ha entregat al seu procurador
el llibre Suma de les Histories traduit al aragones: que fará
també treslladar les croniques deis Reys d'Aragó
predecessors seus y que li enviara la copia para que'l
façi continuar en la gran
crónica d'Espanya y per ultim que li envie el llibre que li
va deixar a París el Rey de França
per ferlo aixi mateix traduir a l'aragones", e hizo en el
mismo año trasladar el cuerpo de Iñigo Arista al Monasterio
de San Victorián. (nota:
este texto entre comillas es muy sospechoso, apóstrofes, el llibre,
y griega, tildes, també, etc...)
Con
gran solicitud, en 1381, el Rey manda que fuera copiado en pergamino
el libro de Paulo Orosio y encarga que se lo lleven a la librería de
Poblet, que ya se había terminado y poder llevar allí todos sus
libros.
Así el Infante don Juan, después Juan I, sostiene
correspondencia con el Duque de Berry, el cual le envía libros como
una Biblia miniada y de Civitate Dei traducido
por Ravul de Prezles. Consulta a la Universidad de París
acerca de los libros de Raimundo Lulio (Ramon Llull, Lull, Ramón).
También la reina doña Violante la vemos interesarse por
cuestiones literarias, agradeciendo al conde de Foix en 1381 el libro
de Machault que le envió.
No solamente estos actos
externos realizan que se relacionen con la cultura. Ellos eran a las
veces literatos. Alfonso II, Pedro el Grande, Federico de Sicilia,
Pedro IV y sus hijos Juan y Martín, fueron poetas.
Sabido es que
Jaime I fue historiador, siguiéndole Pedro IV y el rey
Martín.
Monarcas de un Estado con Cortes libérrimas y con un
pueblo y una nobleza de recio carácter, ellos tuvieron que ser
oradores con oratoria llena de fe y de entusiasmos, capaz de mover a
grandes empresas a aquellos parlamentarios con criterio tan
subjetivo.
La dinastía castellana también se muestra gran amiga
de la literatura y de las artes. No podemos olvidar las aficiones
italianas de un don Alfonso V, ni las menos humanistas del
desgraciado Príncipe de Viana. Y, por último, aquel
gran monarca
fundador de la nacionalidad española, modelo de políticos, tuvo con
los magnates aragoneses (1) ocasión de cooperar con amor y
entusiasmo al descubrimiento de América, aun contra el parecer de
las Juntas de Salamanca, representantes entonces de la ciencia
cosmográfica conocida.
***
En cuanto a la organización
docente, en estos tiempos precursores de nuestra Universidad, una
manera peculiar descubrimos en las fuentes documentales de nuestro
riquísimo Archivo de Protocolos Notariales, para aquellos que
pretendían habilitarse para ejercer las profesiones científicas
libres. Nada de burocratismo. Los padres o tutores de aquel muchacho
que deseaba adquirir una práctica profesional, acudían a casa de un
perito en dreyto o de un afamado specierio o
ciruragiano y sencillamente le proponían que tomara a su hijo
o patrocinado a su servicio; aceptaba el médico o jurisconsulto, y
mediante un verdadero contrato de aprendizaje, del cual daba fe un
notario de los de Número de la ciudad, el discípulo entraba al
servicio de su maestro.
En el contrato se estipulaba el tiempo que
había de permanecer a su servicio; las condiciones, y sobre todo,
que el maestro había de enseñar al discípulo todo cuanto supiera,
de buena fe y jurando ambos cumplir exactamente con su
deber. Pero
lo más curioso es que el discípulo o aprendiz no pagaba, sino que
el maestro se obligaba a abonarle una determinada cantidad al
discípulo.
(1) Ibarra: "Fernando V"; Serrano y
Sanz: "Amigos de Colón".
Esta fue la forma usual
durante los siglos XII, XIII y XIV, de ejercer la función docente
(1).
***
No es de las cosas que menos ennoblecen una
ciudad – dice el P. Diego Murillo (2) - los conventos de religiosos
que hay en ellas, porque son argumento de la devoción y caridad que
hay en sus moradores. Y cierto: por este camino ha mostrado muy bien
Zaragoza su grande nobleza.
Y en verdad, los tuvo Zaragoza (3)
grandiosos, conservando en sus espaciosas bibliotecas muchos y
preciados libros manuscritos e impresos. Hombres de preclaro talento
se formaron en sus claustros, cuyos nombres son otros tantos
timbres
de gloria de la cultura aragonesa.
Predicadores, Franciscanos,
Agustinos, Mercedarios, Trinitarios, Jerónimos, Jesuitas y
Carmelitas, todos ellos se establecieron en nuestra ciudad.
El
convento de Santo Domingo tuvo varones insignes: unos, eminentes
escritores, como Fray Sancho Porta, Maestro de Naturas, orador
evangélico y prior del convento. Predicó en la festividad de la
Anunciación del año 1410, en
presencia del gran Don Pedro de
Luna, Benedicto XIII (4), y de su pluma son inspiradísimos sermones
(5); Fray Domingo de Alquézar (6); Fray García de Vulcos, famoso
letrado en ambos derechos. Inquisidores insignes también los hubo en
este convento, como el P. Fr. Luis de Aliaga, confesor del rey Felipe
III, y otros varios.
(1) Tenemos copiados varios contratos
muy interesantes: el Sr. Abizanda y Broto, en su obra "Documentos
para la Historia Artística y Literaria de Aragón, siglo XX",
tomo I, publica algunos muy curiosos, entre ellos uno en el que
figura como testigo e! Maestro Ciruelo.
(2) Fundación milagrosa
de la capilla... del Pilar y excellencias de la imperial Ciudad de
Çaragoça,
1616.
(3) De los conventos nos ocupamos con una relativa extensión
en el capítulo de "Órdenes religiosas" y en el de
"Colegios".
(4) Maestro Magdalena: "Manual de
Dominicos", pág. 56; Fr. Francisco Diago: "Historia de la
Prov. de Aragón", lib. II, cap. 32.
(5) Latassa: Bib. Aut.
Arag., 1796, II tomo, pág. 140.
(6) Murillo, op. cit., pág.
286.
Confesores de los reyes de Aragón (1) fueron algunos
predicadores procedentes del mismo convento: Fr. Juan García, de Don
Alonso V; fray
Antonio Ros, del Rey Católico; fray Beltrán de
Concanella, de Don Pedro IV, etc. A fray Tomás de Arenas se le
sitúa, por su fama de predicador ilustre, después de San Vicente
Ferrer. Y sobre todos, el gran Cardenal Xavierre, uno de los primeros
catedráticos de nuestra Universidad.
La Orden de San Francisco,
cuyo convento cesaraugustano databa de tiempos del Santo seráfico,
de igual manera aportó al acervo cultural no menos santos y sabios
insignes, como Fr. Felipe de Berbegal, que tanto influyó en el
ánimo
de Don Alfonso V para que favoreciera el Hospital general
de Zaragoza. Y el P. Murillo, en su obra tantas veces citada; Fr.
Juan de San Antonio, en su Biblioteca general franciscana; Herrera,
en su Historia de la provincia franciscana de Aragón, y Fr. Tomás
Jordán, en su Fundación del Convento de San Francisco (1399), nos
traen a la memoria numerosos hombres de ciencia que florecieron en
los claustros franciscanos de nuestra ciudad.
Los PP. Mercedarios
de París, en la Historia de su Religión; Bernal, en el Compendio de
la Historia del Convento de San Lázaro, de Zaragoza; Fr. Bernardo de
Bargas, en la Historia general de la Merced, y Fr. Marcos Salmerón,
en Recuerdos históricos... de los varones ilustres de la Merced,
mucho nos dicen de las glorias de su orden en Zaragoza.
Y de la
misma manera las otras órdenes religiosas, más modernas en el
cuadro de nuestra historia ciudadana, dieron brillo y gloria
imperecedera, como el amable lector ha de ver en el transcurso de
este libro sobre la Universidad
cesaraugustana.
(1) Sabido
es que el confesor real, en aquel entonces, ejercía a veces acción
decisiva en la gobernación de los países.
Estos fueron los
elementos que integraron nuestro movimiento cultural. Si a escribir
fuéramos ese período sublime de los siglos XV y XVI, podríamos
llenar varios tomos de muchas páginas, pletóricos de enjundiosa
doctrina. No es
ese nuestro propósito, sino tan sólo manifestar
la fecundidad de nuestra tierra en producir talentos preclaros y
cuáles han sido los gérmenes más remotos de nuestra Escuela
Máxima.